Escribe: Rosario José Masarachio
Gerente de Administración de Riesgos de Gestión Compartida S.A.
¿Sabe cuánto le pagaría su compañía de seguros en caso de un siniestro? La respuesta puede ser menos obvia de lo que imagina. Empresas y particulares que poseen una cobertura confían en que sus bienes están plenamente protegidos. Pero la realidad puede depararles una desagradable sorpresa: en muchos casos descubrirán que ante un siniestro el monto a percibir es insuficiente para reponer las pérdidas.
Esto se debe a que gran parte de las coberturas, con algunas excepciones como la de automotores, no poseen cláusula de ajuste de las sumas aseguradas y no se ajusta la suma a indemnizar por el tiempo que demore la liquidación. Y lo que es peor, las consecuencias de esta carencia no las sufren los grandes asegurados -quienes habitualmente cierran contratos en dólares- sino las pymes, que suelen optar por pólizas en pesos, y son además mayoría entre los asegurados institucionales.
Cuando se asegura un bien bajo la modalidad de prorrata significa que se calculará la proporción existente entre la suma inicial asegurada y el valor del bien al momento del siniestro. Así, si se aseguró un bien que inicialmente costaba 1 millón de pesos y al momento del siniestro cuesta 1,5 millones por efecto del proceso inflacionario, se está infraasegurado en un 33%. La mayor complicación es que el asegurado se entera recién al momento de necesitar el auxilio económico.
Si se asegura en pesos sin cláusula de ajuste, se está vendido un producto fallado desde el origen. En la actualidad no existe dicha cláusula porque un artículo proveniente de la Ley de Convertibilidad prohíbe la indexación. Por esto, aunque los instrumentos para actualizar la suma asegurada y los siniestros existen, no hay ajuste por inflación
El problema principal es que estos aspectos, en general, no se le explican al cliente. Y el contratante no los consulta, porque confía en el experto que lo asesora. Hay que ser claros, ya que esta práctica conlleva inmensos perjuicios para los asegurados. Cuando contratan un producto a valor nominal con inflación alta, podrían terminar perdiendo gran parte de su empresa u hogar. Por eso considero que, en este punto, los seguros en pesos sin indexación pueden ser una trampa.
Habría que hacer una fuerte presión para modificar dicho aspecto y proteger a las pequeñas y medianas empresas, que son las más débiles, en cuanto al asesoramiento y al acceso a otra amplitud de opciones. A esto se suma que por una cuestión cultural el segmento pyme presenta resistencia a asegurar en dólares, lo que por otra parte, tampoco sería una solución definitiva.
En el fondo, se trata de una cuestión de comunicación y de expectativas. Hay una clara diferencia entre lo que el asegurado piensa que contrató y lo que efectivamente contrató. El momento clave es la instancia del siniestro, que es la hora de la verdad.
A las cuestiones inflacionarias se suma otro aspecto: Las pólizas suelen ser de difícil comprensión. Se deberían aprobar solo textos de fácil entendimiento para el asegurado, como establece la ley de seguros 17.418, pero eso en la práctica no se da. Si sumamos un escaso hábito de lectura de las pólizas con una redacción compleja, el resultado es un cliente con bajas posibilidades de contratar el producto que realmente desea y necesita.
Cuando hablamos de las diferencias entre lo que se piensa que se contrató y lo que efectivamente se contrató, debemos resaltar otro punto de conflicto. Habitualmente el cliente cree que está asegurando sus bienes a valor a nuevo, pero en general se asegura tomando el valor depreciado por tiempo y uso. Si el bien es, por ejemplo, un automóvil, esto no presenta problemas. Si se roba un automotor modelo 2012, se indemniza por dicho modelo y el asegurado repone un vehículo 2012, es decir queda igual a un instante ante del siniestro. Pero esto no es posible con bienes que no adquieren usados.
El punto no es que esta práctica sea perniciosa, sino que no se explica. En el fondo, todo se reduce al precio. Pero no hay que olvidar un principio básico del marketing: los consumidores no compran lo más barato, sino aquello que le da más satisfacción. O en este caso, más seguridad. Cuando se explica de forma adecuada la diferencia entre una mala cobertura y una de calidad y sus consecuencias, el usuario tiende a optar por la que le da más protección.
El orden de las prioridades para elegir una póliza debería ser primero la calidad de la firma aseguradora, luego el texto de la cobertura y por último el precio. Recién ante igualdad de calidad y texto viene la competencia por el costo. Es así de sencillo.